EEUU/México: LA VENGANZA DE MOCTEZUMA

De los Derechos de los Inmigrantes a la Liberación Nacional

Carlos Petroni

Revista de Izquierda Internacional – No. 1, Mayo 2011

“Por autodeterminación de las naciones se entiende su separación estatal de las colectividades de otra nación, se entiende la formación de un Estado nacional independiente.” – Lenin.


En el ascenso de los imperios de la historia, sucumbieron a su yugo pueblos, nacionalidades y etnias. Fueron engrillados, “colonizados”, “civilizados” y “cuidados”, ante todo de sí mismos y sus “debilidades”, por los amos de turno.

Es una ley. No se puede dominar el mundo si no se le somete por la fuerza. Si no se apoderan de los mercados de otros, los músculos de sus trabajadores, la sangre para que se derrame en lugar de la propia en las guerras de conquista.

En la decadencia de los imperios comienzan inexorablemente las rebeliones y en sus caídas se labran su propia geografía los pueblos oprimidos. Se abren las cárceles de naciones, los seres hasta entonces invisibles se vuelcan a las calles, a las barricadas y encienden las hogueras de la liberación, de reconocerse en su propia tierra, reviviendo sus culturas y desarrollando su orgullo.

Cincuenta millones de latinos en los EEUU, entre ellos una inmensa mayoría de mexicanos y sus hermanos de la historia, los centroamericanos y sus primos sudamericanos. Son los hijos, los herederos y los rehenes de la historia del despojo imperial norteamericano de las todavía jóvenes, inexpertas, débiles y semidespobladas naciones, pueblos, etnias y geografías del viejo México, del Sur todo.

El imperio norteamericano se desarrolló con su movimiento arrasador desde el Atlántico hasta el Oeste, asesinando a los pueblos originarios, sepultándolos en reservaciones y arrebatando las tierras a México, comprando otras a Francia, negociando otras con España… Su “Destino Manifiesto” fue marcado a fuego y fue construido sobre una ideología donde la “inferioridad” de los conquistados, no se limitaba al color de su piel, sino al origen de su cultura.

“¡Recuerden el Álamo!” exclamaron en cientos de álamos para disfrazar de venganza los actos de piratería y encender las mechas de la masacre; adujeron “autodeterminación” para disfrazar la invasión de tierras ajenas para después reclamarlas en Texas y otros sus ahora estados… o simplemente, explotaron la fiebre del oro para robarse California a caballo de los cientos de miles de gambusinos que fueron a colar ríos y montañas.

EEUU creció de colonia a país, de allí a imperio colonial, más tarde a imperialismo hegemónico. Han sido ciento cincuenta años de Marines desembarcando “desde los salones de Moctezuma hasta las Playas de Trípoli”. A su antojo manejaron dictadores títeres en el continente que consideran su “patio trasero”, los campos, colonias, ciudades y países en la Primera y Segunda Guerra Mundial, Corea, Vietnam, Afganistán y como si la historia volviera en círculos, de nuevo a las playas de Trípoli…

Fueron ciento cincuenta años en que los vencidos de México, sus hijos y sus descendientes, sus parientes del resto de América y los pueblos originarios a quienes los hermana el haber compartido generosamente su territorio original, trataron, después de perder rebelión tras rebelión ante el ascenso imparable del imperialismo, asimilarse, buscar un lugar, conseguir algún grado de igualdad, que les permitiera vivir, trabajar, subsistir.

Fueron siempre rechazados, a veces con alguna concesión mínima. Ciento cincuenta años de ser suprimidos, discriminados, sepultados en los peores empleos, perseguidos por la Migra, negados en las estadísticas, muriendo en las guerras que no les eran propias. Desde la cacería a tiros de “greasers” hasta la matanza de pachucos en Los Angeles; desde la persecución con helicópteros en el desierto hasta las redadas de obreros en las fábricas… si uno estaba de acuerdo de hacerse matar en un desierto asesinando árabes todo lo que quedaba era un documento laminado que “legalizaba” el estatus migratorio…

Oleada tras oleada de inmigrantes finlandeses, alemanes, irlandeses fueron lenta y progresivamente incorporados, asimilados y apatriotados… inmigrantes sí, pero blancos, rubios, castaños y albinos, ojiazules, ojicastaños, ojiverdes, pero por sobre todas las cosas, venían de lejos, tan lejos que nada tenían que reclamar, nada que recuperar, sólo adaptarse, si era posible, sumisamente.

De ellos se aprendió sobre la lucha social, el anarquismo, el socialismo. También sabemos que fueron las víctimas de las redadas anticomunistas, las deportaciones, el macarthismo. Pero después de todo se logró asimilarlos, filtrando sistemáticamente a los rebeldes e inconformes.

Trajeron esclavos blancos, siervos en realidad, para colonizar forzadamente la América que hicieron propia a través del uso del hierro y el fuego de sus armas. Luego de pagado el precio, recibieron un jirón de tierra, una mula, un lugar entre los explotadores. Así, desaparecieron entre la multitud que luego marchó hacia el Oeste.

Luego fueron los esclavos negros del África, engrillados en barcos, famélicos del viaje, traumatizados por los látigos de la “civilización”. Tantos, tantísimos que algunas naciones de aquel continente no tienen más representación demográfica que sus descendientes en el continente americano.

Para ellos, no hubo justicia hasta que la arrebataron en grandes luchas por los derechos civiles y aún hoy, al costado de una pequeña clase media negra que a duras penas puebla algunas ciudades, permanece el símbolo del ghetho para que no olviden nunca que no llegarán a la plenitud, si es posible evitarlo. No hubo reparación por los latigazos y los ahorcamientos, las violaciones, la humillación y el despojo de todo, de todo menos de lo que no pudieron arrebatarles, el color de la piel.

Todos venían de lejos, como dijimos. Muchos ex-esclavos negros quisieron volver a África, algunos lo hicieron, crearon entre otras cosas Liberia para ser luego entregados a la barbarie que siglos de explotación imperialista produjeron en su continente y que encontraron como herencia de los europeos y norteamericanos a su regreso.

Los mexicanos, los centroamericanos, los sudamericanos son distintos. Están aquí pero están allá, a un paso, a través de bordes porosos, tienen una memoria de tierras que fueron de ellos, que caminaron sus ancestros y una incredulidad histórica de por qué no volver a aquellos tiempos, a aquellas posesiones. A poco de rascar en la conciencia de cualquier latino, particularmente un mexicano, surge la pregunta: “Si son nuestras tierras, ¿Por qué no podemos gobernarlas? ¿Por qué siguen sin ser nuestras?”

No se puede decir que los latinos, particularmente mexicanos y centroamericanos, no han luchado por integrarse. Exigieron, año tras año, más derechos democráticos como inmigrantes: amnistías para los indocumentados; participación en los sindicatos; cese de la persecución por la Migra en las fronteras; derecho al voto en elecciones locales, etc. Llegaron incluso a protagonizar en el 2006 un 1ro de Mayo de masas, agitando banderas, marchando por millones en todo el país. En cada ocasión, los conservadores en muchedumbre y los liberales tímidamente, les negaron cada exigencia, cada clamor, cada justicia…

Una y otra vez fueron rechazados, empujados hacia el ghetho o se les otorgaron concesiones tan magras que a renglón seguido trataron de arrebatarles. Cada vez que la crisis económica provocada por la clase dominante pone en el tapete las responsabilidades, una aceitada maquinaria de propaganda burguesa se encarga de convertirlos en chivos expiatorios.

No son las grandes financieras y bancos quienes hicieron explotar la burbuja de la especulación, fueron los “trabajadores ilegales que son una carga insostenible para el estado”; no son las estafas seriales y la irresponsabilidad inmobiliaria de la burguesía quienes deshicieron como una pompa de jabón la arquitectura, la construcción y la venta de propiedades, sino “aquellos que abusan de derechos que no les pertenecen”; no es el estado, los gobiernos, políticos del sistema y sus partidos demócrata y republicano quienes aceptan la transferencia de la producción a otros países en busca de salarios miserables la causa del desempleo creciente sino “aquellos que vienen a América a robar los trabajos de los americanos!”

Se miente y se miente, y se vuelve a mentir, no es la política del estado y los partidos dominantes los que arruinaron y malversaron Social Security: “los inmigrantes ilegales utilizan nuestros servicios de salud y protección social impidiendo que estos estén a disposición de los ciudadanos y residentes legales.”

Se tergiversan las cifras, se manipulan las estadísticas, se oculta que el 75% de los inmigrantes indocumentados pagan impuestos que no son retribuidos en servicios de ninguna clase. Se oculta aun más celosamente el hecho de que millones de “Social Security Numbers” colectan contribuciones de sus titulares que son incobrables en el tiempo y se utilizan para subsidiar el sistema en beneficio de quienes tienen documentos. Se vilipendia a esta comunidad de inmigrantes, populosa y masiva, que constituye la mayoría de la población en docenas de grandes ciudades, de mediano tamaño, pueblos y estados. Estos inmigrantes han creado una economía de consumo, trabajos, inversiones y cultura que mueve un estimado en cientos de miles de millones de dólares.

Que haya radios y canales de televisión (¡y cadenas de ellos!) con las mayores audiencias del país; diarios que se leen en cantidades superiores a la mayoría de las ediciones de aquellos en inglés; fábricas, talleres, restaurantes, cines, teatros, centros deportivos, asociaciones civiles, organizaciones no gubernamentales, centros culturales, escritores, dramaturgos, actores y actrices… en fin, han creado una República Latina en el seno del imperialismo pero la CIA sigue escribiendo documentos que dictan que “después del terrorismo, la inmigración ilegal es el mayor problema de seguridad interna.”

Ahora el imperio está cayendo. Su final está a la vista. Han perdido su hegemonía industrial, comercial y financiera y pronto la perderán en el terreno militar.

La República de los Latinos se alza entonces, cada día más, como una posibilidad real. Una salida. ¿Renunciar a la lucha por los derechos civiles y democráticos? De ninguna forma, sino redoblarlos con una perspectiva diferente. La de reconstituir sobre la conciencia nacional del pueblo latino un movimiento de liberación nacional.

Durante décadas los dirigentes de la comunidad les han pedido que confíen en las promesas de los demócratas o en las promesas que nos dijeron que hacían los demócratas pero que no existían. De paso hay que reemplazar a esos líderes. Era una cuestión de tener fe. Eso, se ha agotado. En la crisis existencial del imperio no existe solución para los propios (Wisconsin que se expande nos ha mostrado plenamente ello) y mucho menos entonces hay o habrá soluciones basados en la justicia e igualdad de aquellos que el sistema siempre ha despreciado… o temido.

Antes existía la perspectiva que los grandes acontecimientos de masas provenientes de México y Latinoamérica pudieran exacerbar las luchas latinas en este lado de la frontera. Hoy, atrapados entre el narcotráfico y la traición de las direcciones del Sur, los inmigrantes de este lado se levantan como la perspectiva no sólo de liberarse a sí mismos sino de ser una llama que encienda la pradera hacia el Sur.

Para ello habrá que hacer lo que saben hacer: organizarse. Pero en lugar de disimular las demandas habrá que exponerlas a pleno. Construyendo direcciones sindicales y comunitarias que desafíen a las anteriores que hoy representan un freno insostenible. Creando la organización política dispuesta a sobrevivir la caída del imperio. ¡Cortando de raíz con el mismo!

Hay que confiar en las fuerzas propias y desde esa fortaleza apelar a los aliados potenciales. Marchar masivamente está bien, nos expone a los ojos de todos y levanta nuestras banderas, pero no es suficiente. La huelga, la movilización, la lucha en las calles, la utilización de las elecciones para dibujar nuestro perfil, la propaganda, la agitación, la educación… son todas armas que llevan a las barricadas de la liberación.

¿Se creará una reacción de derecha ante la pretensión de liberarse? Quienes preguntan esto ignoran que esa reacción, llámese fundamentalismo religioso de derecha, Tea Party o fascismo ha surgido y seguirá surgiendo, no tanto por lo que hagamos sino por cuánto se nos quiera someter. Ante ellos y con ellos no cabe sino el enfrentarlos cuando levanten su cabeza y proliferen el primer insulto.

¿Quién debe conducir? Los que trabajan y producen, los obreros del campo y la ciudad, los que tienen la fuerza de parar el lugar de trabajo, el pueblo, la ciudad, el estado y dirigir a todos los demás.

¿No hay aliados? Por supuesto que los hay. Los trabajadores blancos y negros que se decidan a luchar contra las burocracias sindicales y las derroten y contra la capitulación a los partidos del imperio, demócratas y republicanos. Los que rompan, son nuestros aliados potenciales. Los que permanezcan a su lado, son nuestros adversarios, aunque esperamos que se queden en esa categoría solo transitoriamente. No hay nada por ganar en la permanencia de nuestra opresión.

Una república de iguales, de trabajadores y oprimidos de este lado de la frontera que borre aquella y se una a la tarea y prosecución de un vasto movimiento continental que rompa todas las cadenas y evite caer, junto al imperialismo, al abismo. En ese sentido lo nuestro es internacional.

No existe ni debe existir la pretensión de someter a otros. Eso sólo sería repetir el ciclo, cambiando los factores y alimentando la próxima rebelión. Sino por el contrario, el objetivo de nuestra lucha debe ser la eliminación de todo prejuicio racial, étnico, de toda discriminación de toda índole, la supresión de la explotación de unos sobre otros, la plena democracia participativa de los trabajadores y el pueblo. El socialismo es la única tabla de salvación del pueblo, la clase, el mundo. No podría ser, no puede ser, de otra manera.

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